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El caracol común (Cornu aspersum) presenta una concha globular que puede alcanzar casi los cuatro centímetros de altura, de color marrón amarillento, con manchas más oscuras de forma y distribución variable. El componente principal de esta concha es el carbonato cálcico. Su musculosa cavidad paleal, se ha transformado en un pulmón, con la superficie interior muy vascularizada y con la base unida al pie, lo que permite la ventilación.
Los ojos están ubicados en el extremo del par de tentáculos más largo, mientras que el otro par tiene funciones táctiles. Los dos pares de tentáculos se pueden retraer y quedar ocultos, antes de que el cuerpo del animal se guarezca en su concha.
Los caracoles están armados de una estructura similar a una lima, la "rádula", con la que raspan las plantas de las que se alimentan.
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En libertad, 06/2020
Se mueven extraordinariamente despacio mediante contracciones y estiramientos del cuerpo. Producen un mucus que reduce la fricción y ayuda al desplazamiento. Además, este mucus contribuye a la regulación térmica, reduce las agresiones de bacterias y hongos y aleja a posibles depredadores como las hormigas. Cuando se retrae dentro de la concha secreta un mucus especial que se endurece para formar un opérculo.
Son hermafroditas incompletos, por lo que, aunque tienen órganos reproductores masculinos y femeninos, necesitan unirse a otro caracol para procrear. Unos días después de aparearse, cada individuo hará un agujero en la tierra de unos 4 centímetros de profundidad, e introduciendo en él la cabeza depositará unos 80 pequeños huevos blancos, que eclosionarán en unos 20 días. Al emerger los pequeños tienen un aspecto nacarado y parcialmente transparente.
Aparecen a todo lo largo de la Europa meridional y central, donde constituyen una verdadera plaga para los jardines, pues se alimentan de las hojas y los tallos jóvenes de una gran variedad de plantas.
Normalmente hibernan desde octubre hasta abril, y en temporadas de especial sequía, también pueden sufrir estivación.
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